Esta obra expresa un panorama sobre las diferentes concepciones de la muerte que existen en diferentes grupos indígenas y culturales en nuestro país, rescatando desde un enfoque contemporáneo la gráfica nacional, al retomar las bases del grabado mexicano utilizando solo el blanco y negro.
En la parte central destacan dos calacas bailando al compás de un son en una plaza sobre un mosaico, mientras una serpiente de cascabel le da ritmo a la ciudad de México. Músicos amenizan la fiesta nacional con arpas, guitarras y quijada de mula acompañando esta alegre y florida escena.
Se representan dos visiones: la rural y la urbana. La primera por nopales, magueyes, sembradíos, parcelas y un tractor unido a un cráneo con surcos. El aspecto urbano es impulsado por el viento europeo representado por un hombre barbado o papalote y por un automóvil muy característico de México unido a un cráneo sobre un sirio que divide al mundo de los vivos y los muertos, evocando esta celebración.
Una erupción de flores de cempasúchil emerge desde el volcán que rodea la composición general del mural, la explosión nace del Mictlán y de la parte superior del quiosco, que sin duda es el corazón de todos los pueblos, un niño y un coyote, tejen la historia como un juego entre lo pasado y el presente inmediato.
En la escena de lucha libre, el gladiador El Felino representa el combate contra la muerte. El corazón que todo lo puede ver, es una tuna que resurge de los nopales porque se aferra a esta tierra de barro. Las raíces del árbol de la vida florecen, el altar de muertos, las flores, los claroscuros; son un destello de ésta celebración que no tendrá fin.
Museo Nacional de Culturas Populares